Famosa por ser el escenario de las aventuras imaginarias del Conde Drácula, la región rumana de Transilvania nos brinda una serpenteante ruta en coche que recorre los Cárpatos camino de monumentales ciudades y misteriosos castillos, lugares en los que aún es posible sentir vivos los misterios y leyendas que cautivaron a los viajeros del pasado.
TEXTO Y FOTOS: JOSÉ MARÍA DE PABLO
Pocas leyendas son tan conocidas en el mundo entero como la del Conde Drácula, un personaje nacido de la pluma de Bram Stoker, el escritor que regaló al príncipe Vlad Drăculea, alias “el Empalador”, un billete para la eternidad. Atraídos por las aventuras que el escritor irlandés le endosó al noble rumano en su obra más conocida, miles de viajeros peregrinan hasta Transilvania, la remota región de Rumanía donde Stoker sitúa la acción de su vampiro humano.
Como otros países de Europa oriental, Rumanía es una macedonia cultural aliñada a lo largo de los siglos por pueblos e imperios que han campado a su antojo por una región donde el Danubio facilita el camino de entrada y salida al centro de Europa desdelos mares Negro y Mediterráneo.
De Roma heredaron el idioma, el único latino de Europa Oriental; de Bizancio la religión ortodoxa; de Austro-Hungría la conexión con los centros de poder de occidente; de los Balcanes y Turquía una rica gastronomía…
Transilvania, patria de Drácula, es la región rumana que mejor conserva las esencias del pasado en sus ciudades monumentales, así como en su patrimonio natural. Todo ello ha contado con la protección de los Cárpatos, los montes que recorren cual serpiente todo el oriente europeo, desde Austria a Serbia, pasando por Chequia, Eslovaquia, Hungría, Polonia, Ucrania y Rumanía.
Bucarest, alma de Valaquia
Esta ruta empieza en Bucarest, capital del país y alma de Valaquia, principado histórico que definió junto a Transilvania la identidad nacional de Rumanía. Los encantos de la ciudad no son muchos. Las guerras del siglo XX y los megalómanos proyectos urbanísticos del dictador Ceaucescu nos han legado enormes avenidas sin alma que conducen al Palacio del Parlamento o del Pueblo, una mole estilo soviético de 10 pisos que ostenta el récord de ser el segundo edificio administrativo más grande del mundo tras el Pentágono.
En medio de todo, encontramos Lipscani, un puñado de calles con encanto en las que visitar algunas iglesias y monasterios ortodoxos; la vieja posada Hanul Manuc, que rememora los caravanserai otomanos; alguna tienda espectacular, como es el caso de la librería Cărturești Carusel y, por supuesto, su siempre animados bares con terraza.
Como transición y antes de ascender a los Cárpatos hay que hacer una parada en el palacio de Mogosoaia, la romántica residencia de verano del príncipe de Valaquia. Al palacio de estilo renacimiento italiano hay que añadir un paseo por los jardines que miran a un lago de cuento.
No menos pedigrí tiene Sinaia, siguiente parada, una pequeña población-balneario con casino encajada en el corazón del Parque Natural Bucegi. Fue en este entorno rico en vegetación donde la nobleza rumana del siglo XIX encontró el lugar idóneo para construir sus suntuosos refugios veraniegos, lejos de la húmeda Bucarest y cerca del rey Carlos I, quien mandó construir antes que nadie una residencia estival en la zona. Se trata del castillo de Peles, un lugar de ensueño con estancias memorables como la gran escalera, la armería -donde se exponen más de 4.000 objetos- y un salón de estilo morisco.
Pensado para la guerra y no para el amor es el cercano castillo de Bran, fortaleza impenetrable construida en lo más alto de un promontorio que en su momento fue frontera entre los principados de Transilvania y Valaquia. La promoción turística lo vende como el castillo del Conde Drácula, pero la verdad es que este nunca fue de Vlad el Empalador, aunque sí se cree que pudo estar prisionero en sus mazmorras.
Vlad se ganó con sus acciones fama de cruel con sus enemigos, ya fueran húngaros, otomanos o simplemente traidores, a los que ajusticiaba siguiendo la técnica del empalamiento. Sea cual sea la verdadera historia de Vlad y del pasado de este castillo, lo cierto es que el monumento es un escenario perfecto para trasladarse a un pasado lleno de acontecimientos terribles, por lo que su visita se antoja imprescindible.