No hay playas en el mundo más bellas que las de Seychelles. El azul turquesa del índico, el verde de las palmeras, el tono plateado de las grandes rocas redondas y la blanca arena tienen la culpa. Si a todo esto añadimos lugareños felices, gastronomía criolla y resorts de lujo, está claro que estamos hablando del verdadero paraíso en la tierra.
Texto y fotos. JOSÉ MARÍA DE PABLO
Pocos destinos en el mundo son tan remotos como Seychelles, un archipiélago de cientos de islas e islotes colocados al azar en medio del Océano Índico por debajo de la línea del ecuador, a una distancia equidistante del continente africano y Madagascar.
La exuberante naturaleza tropical, la amable cultura criolla y unas instalaciones hoteleras de primer orden hacen de pequeño pero extenso país algo único en el mundo. Para comprobarlo, es suficiente con visitar solo tres islas, Mahé, Grand Anse y La Digue, donde se pueden vivir experiencias tan diferentes como para volver enamorado de este lugar.

Atardecer en Launay, Mahé.
Mahé
La más grande y más poblado de las islas, cabeza económica y política del país. Victoria, su capital, presume con sus 25.000 habitantes, de ser la más pequeña del mundo. La verdad es que aunque no lo sea, uno se siente como en un pueblo grande cuando la visita, aunque durante las horas de mercado, el caos de tráfico rodado y humano que se forma recuerda más al de una gran ciudad.
El Mercado de Sir Selwyn Clarke es famoso por su colorido y por la sorprendente variedad de frutas tan exóticas como desconocidas para los viajeros europeos. Carambola, chirimoya, guanábano, breadfruit, jackfruit y mangosteen son solo algunas de lo que ahí se vende junto a pescado fresco y especias como la nuez moscada, la pimienta y la vainilla.
Pero lo mejor de esta ciudad son sus gentes, descendientes de colonos europeos, mercaderes árabes, esclavos africanos y trabajadores indios. Todas las culturas y creencias presentes en Mahé quedan a la vista en las calles de Victoria, trufadas de iglesias cristianas, templos hinduistas y mezquitas.
A menos de media hora del centro en coche están las montañas del Parque Nacional Morne Seychellois, una enorme extensión de selva virgen que explorar a pie siguiendo senderos que atraviesan bosques tropicales. Sin duda, éste es el plan ideal antes de acabar en cualquiera de sus playas de ensueño.
Tanto para llegar a estas montañas como a las playas de Port Launay, cuyos fondos gozan del distintivo de Parque Nacional Marino, hay que recorrer una de las dos preciosa carretera que cruza la isla de este a oeste. La más rápida es La Misere Road, que cuenta con varios miradores donde parar a hacer fotos del puerto y de las islas des Cerf y Eden; si se prefiere disfrutar de la naturaleza inalterada de Seychelles, es mejor tomar la Sans Souci Road, que atraviesa el Parque Nacional.

Kenwyn House, en Mahé.
Ambas carreteras nos llevan a Port Launay, un lugar tranquilo en el que pasar unos días disfrutando de un resort de lujo rodeado de playas de arena blanca protegidas por manglares y arrecifes de coral.
Las playas de Port Launay nos regalan escenas de postal especialmente mágicas durante el atardecer. Es a esa hora cuando los zorros voladores, especie endémica de Seychelles, sobrevuelan los árboles takamaka en busca de fruta y los habitantes de las aldeas cercanas cierran su jornada disfrutando del patrimonio natural poniéndole unas notas de color y música.
Praslin
La isla de Praslin es conocida por ser el único lugar del mundo donde crece de manera natural el Coco de Mar, una especie de palmera endémica, célebre por producir el fruto más grande del planeta. En el Vallée de Mai donde se han contado más de 6.000 ejemplares juntos, lo que le convierte en el epicentro de este endemismo tan llamativo.
Aunque el Coco de mar es el icono extraoficial de la isla, la mayoría de la gente viene a Praslin a disfrutar de sus playas y resorts que tienen a los recién casados como sus principales clientes. Anse Lazio es la playa que se lleva casi todos los elogios. No en vano, su nombre aparece de vez en cuando en las listas de playas más bonitas del mundo. Entre sus méritos podemos contar la blanca y fina arena de origen coralino y los enormes bloques de granito rojo redondeado por las olas y que se encuentran desparramados por toda la playa.
Submarinismo, stand-up paddle, kayaking y degustar una comida a base de mariscos en el chiringuito de playa son algunas de las actividades preferidas por los visitantes, quienes también pueden rendir homenaje a la familia de tortugas gigantes criadas en cautividad a las que es posible dar de comer unos bellos hibiscus.
Anse Georgette es la otra gran playa de Praslin. Se trata de una bahía virgen y muy romántica al atardecer. Acceder a ella es complicado, ya que se encuentra encajonada entre el mar y el hotel Constance Lemuria Resort, en cuya recepción hay que pedir permiso si se quiere acceder a la playa. La molestia merece la pena.