En este viaje por el norte de Irlanda recorremos el condado de Antrim para descubrir lugares donde pasado y presente se encuentran y entienden, ya sea el moderno barrio del Titanic de Belfast o en las mansiones de cuento, destilerías centenarias y acantilados que guían nuestros pasos hasta la Calzada del Gigante.
Texto y Fotos: JOSÉ MARÍA DE PABLO
Pocos condados de Irlanda han sido escenario de leyendas e historias reales tan increíbles como los que forman Irlanda del Norte. Hibernia, como se conocía en la antigüedad a la isla, nunca fue romanizada, así que la cultura y tradiciones celtas permanecieron inalterada hasta que llegaron otras influencias extranjeras: primero el cristianismo, traído por San Patricio; y más tarde la religión protestante y la industrialización, ambos exportados por el rey de Inglaterra a través de emigrantes escoceses e ingleses. De ser la zona más remota, el Ulster pasó a ser la más rica de la isla y, desde 1921 con la independencia del sur, la capital de uno de los países que integran el Reino Unido.
Desde ese momento, Belfast se transforma, dotándose de edificios públicos de primer orden, como es el caso de su Parlamento, un palacio neoclásico construido en lo alto de una colina boscosa y al que se accede por una avenida de una milla de longitud flanqueada por una hilera de árboles y farolas. La imagen de Stormont, como se conoce al parlamento de Irlanda del Norte, es digna de película. Sin embargo, la acción más cinematográfica que ha tenido lugar en él no se rodó para la gran pantalla, si no para la vida real. Fue en la primavera de 1941, cuando la aviación alemana estableció en la industria de Belfast uno de sus objetivos. Tras el primer bombardeo, los muros de piedra blanca del Parlamento fueron cubiertos con una mezcla de excremento de vaca y betún para ocultarlo de la vista de la Luftwaffe. Las 200 bombas lanzadas mataron a 900 personas y arruinaron el 50% de las viviendas. El Parlamento se salvó, excepto su flamante fachada que nunca más volvió a verse tan blanca como se concibió.
Historias tan curiosas como ésta, pero con menos riesgo, tienen lugar a diario en Belfast, sobre todo en Titanic Quarter, el barrio que ha recuperado la zona industrial, donde se ubicaron los astilleros Harland & Wolff, los más importantes e innovadores hasta bien entrado el siglo XX. En sus instalaciones llegaron a trabajar hasta 15.000 personas, obreros especializados y los mejores ingenieros y diseñadores, gente capaces de construir trasatlánticos de lujo como el mítico RMS Titanic. La aventurada vida de este barco empezó en el dique seco y la estación de bombeo que hoy podemos visitar intacta en el Puerto de Belfast. Fue en este enorme agujero de hormigón donde se montaron pieza por pieza y se pintaron éste y otros colosos del mar bautizados como Olympic, Britannic, Ceramic….
Para poner en contexto todo este patrimonio industrial hay que visitar Titanic Belfast, un museo temático e interactivo inaugurado en 2012, coincidiendo con el centenario del hundimiento. Desde fuera parece un iceberg gracias a los 3.000 fragmentos de aluminio anodizado que recubren su fachada, pero dentro solo encontraremos el calor de decenas de historias de personas a las que el accidente marítimo más grave ocurrido hasta la fecha afectó de alguna manera.
No es este el único museo dedicado a la tradición naval en la ciudad. En el Muelle Alexandra se encuentra el HMS Caroline, el único crucero ligero de la Marina Real Británica que participó en la I Guerra Mundial que permanece a flote. Dado su excelente estado de conservación y su valor histórico, el Carline abre sus al público cada día para mostrarnos los espacios donde se desarrollaba la vida a bordo.

La Calzada del gigante.
Escenario de película
A la industria naval y a la textil del lino, que marcaron la etapa dorada de la ciudad durante dos siglos, les ha sustituido una nueva industria, la cinematográfica. A solo unos metros de Belfast Titanic se encuentran los Titanic Studios, uno de los más importantes estudios cinematográficos de Europa. Uno de sus clientes más famosos es HBO, productora que los ha elegido como set de rodaje de Juego de Tronos, serie de aventuras enmarcadas en un medievo mágico que casa bien con las leyendas celtas de Irlanda y con sus épicos paisajes. A la espera de que abran los estudios a las visitas, podemos recorrer la campiña norirlandesa buscando los exteriores de la serie.
El norte del condado de Antrim, al que pertenece Belfast, ofrece algunos de esos paisajes. El más conocido y fotogénico es The Dark Hedges, un camino rural flanqueado por hayas centenarias cuyas ramas guiadas se entrecruzan de manera caprichosa dando lugar a una atmósfera de misterio que se acentúa si se visita al amanecer o al ocaso. La Carretera del Rey, como se le llama en la segunda temporada de Juego de Tronos, conduce a las puertas de Gracehill House, la mansión de estilo georgiano de la familia Stuart, autores de tan bella carretera. Gracehill ha sido adaptada como club de golf y hotel, y es ahí donde podemos empezar nuestro Journey of Doors, un itinerario por 10 tabernas distribuidas por todo el territorio de Irlanda del Norte en las que se han colocado las puertas talladas a mano hechas con madera de las hayas de The Dark Hedges desplomadas tras una gran tormenta en 2016. Cada puerta cuenta las aventuras acaecidas en cada capítulo de la temporada 6, así que para conocer el final hay que recorrerlas con un pasaporte sobre el que cada tabernero pondrá un sello que certifica nuestro paso por ahí.
A una decena de millas al norte, ya en la agreste costa del mar del Norte, conocida como Causeway Coast, está Carrick-a-Rede, un islote unido a tierra por un puente colgante de 30 metros levantado originalmente por viejos lobos de mar dedicado a la pesca del salmón. Las pesquería de Carrick-a-Rede permaneció activa entre 1700 y los primeros años del XXI. El habitual mal tiempo en esta costa obliga a cerrar el acceso al islote con bastante frecuencia, lo que no impide disfrutar del paisaje desde uno de los miradores de la carretera ni acudir al puerto de Ballintoy. Este punto de la costa parece impensable que el ser humano haya podido construir un puerto donde las olas no dejan de golpear. Los habitantes de esta costa hablan con acento escocés, la tierra que se alcanza a ver a solo 24 millas de distancia.