Rodeadas por un mar agitado y alejadas mil kilómetros de la costa continental de Ecuador, país al que pertenecen, el legendario archipiélago es un placentero cobijo para la extraordinaria vida animal que lo habita.
Texto y fotos: PEDRO GRIFOL
La emoción del descubrimiento se percibe nada más poner el pie en Las Galápagos. El Mundo -y sus circunstancias- se aprecian de una manera especial en este peculiar archipiélago. Probablemente, la misma impresión tuvo que haber sentido el naturalista Charles Darwin, cuando viajaba a bordo del navío Beagle y recaló en aquellas latitudes (en 1835) durante su viaje de investigación científica alrededor del mundo.
Visitar las islas Galápagos es la oportunidad de acceder al hábitat del fascinante universo animal. Allí sus ‘irracionales’ pobladores no muestran el menor temor ante las sorprendidas miradas del intruso ser humano… depredador por excelencia. Insólito.
Antes que Darwin, el dominico español Fray Tomás de Berlanga ya había estado allí en 1535, cuando se dirigía desde Panamá a Perú por encargo del monarca Carlos V, que desviado de su ruta a causa de una fuerte tormenta arribó por azar al fabuloso archipiélago. En su cuaderno de bitácora no figuran muchos comentarios inteligentes… Una de sus lindezas intelectuales fue: «Hay muchos animales salvajes, pero tan bobos que no saben huir (…). Tampoco existe lugar alguno donde se pueda sembrar una fanega de maíz».
En 1570 las islas aparecen por primera vez en los mapas de navegación descritas como Insulas Galopegos (Islas de las Tortugas). A partir de esa fecha, las Galápagos fueron una especie de tierra de nadie en la que hallaron refugio piratas y bucaneros (generalmente ingleses), que las utilizaron como lugar de aprovisionamiento y escondite en sus viajes de pillaje a los galeones (generalmente españoles) que transportaban oro y plata desde América hacia España. Allí en tierra firme, los bucaneros se repartían el botín, comían carne de tortuga y se emborrachaban con ron… como en la película ‘La Isla de la Tortuga’.
Al archipiélago le sucedieron muchos lustros de oscurantismo, hasta que finalmente en 1832 fueron anexionadas a Ecuador.
Animales prehistóricos
Hoy en día, los fabulosos animales antediluvianos pueden permanecer allí tranquilos, mostrando milagrosamente la misma insensata indiferencia a la presencia humana que mostraron durante todos esos siglos de accidentado devenir histórico, perviviendo a su libre albedrío como se merecen desde el principio de los tiempos, y deambulando de aquí para allá adaptándose a las circunstancias y a condiciones geo-climáticas de cada isla.
A los tres años de que el archipiélago tuviera dueño, Charles Darwin permaneció allí cinco semanas recogiendo información sobre su flora y fauna, y dejó escrito en su diario su primera impresión: «El archipiélago es único. Las islas son un laboratorio viviente de especies de animales que no existen en otro lugar del planeta (…). Nos encontramos frente al misterio de los misterios, que es la aparición de nuevos seres sobre la Tierra».
Su entusiasmo se tornó en pasión investigadora y sus observaciones sobre las diferentes formas y tamaños entre los picos de los pinzones, la diversidad entre los caparazones de las tortugas, o las variaciones en el color de la piel de las iguanas, le llevaron a deducir que las condiciones particulares de cada lugar determinaban las características de los seres que habitan en él, mediante un mecanismo que llamó ‘selección natural’, y que posteriormente le condujeron a las revolucionarias conclusiones de su mítica obra El Origen de las Especies, publicada en 1859, por las que es mundialmente conocido, y que cambiaron el curso de la ciencia moderna.
Volcanes sumergidos
Las Galápagos emergieron del Océano Pacífico hace cinco millones de años como resultado de erupciones volcánicas submarinas. El proceso evolutivo y los cambios climáticos han convertido las islas en uno de los más extraños lugares de la Tierra, en algunos casos se diría que se parece a un paisaje lunar. La mayoría de las islas son las cimas del conjunto volcánico y algunas de ellas permanecen aun en estado activo.
Animales y plantas colonizaron aquel árido territorio y evolucionaron hasta formar las especies que hoy en día viven allí en estado puro repartidas entre los volcanes nacidos del océano.
Para iniciar el viaje lo primero será volar al aeropuerto de la isla de Baltra, pequeño islote al norte de la gran isla nodriza de Santa Cruz y principal punto de llegada de turistas, a la que accedemos en un trasbordador. En el centro de la isla tendremos la primera parada del viaje para adentrarnos en unos peculiares hundimientos volcánicos que deparan una vista singular enmarcada por un bosque de escalesias que crecen en formaciones densas y están pobladas de especies de animales que se dejan ver sin esfuerzo: piqueros de patas azules, fragatas de mar, pinzones, iguanas terrestres y galápagos (tortugas gigantes), uno de los reptiles más antiguos y más longevos del mundo. Allí vi yo por primera vez el llamado ‘pinzón de Darwin’, el pájaro que fue el inicio de las investigaciones del conocido naturalista.
El sendero que parte de Santa Cruz, en Puerto Ayora, nos conduce hasta Tortuga Bay. El final del camino nos deparará emociones fuertes. El trayecto, flanqueado por gigantes y pinchudos cactus, llamados opuntias, en los que posan cucuves y papamoscas (aves endémicas de esas islas), acaba en una inconmensurable extensión de arena que baña un agitado mar de olas encrespadas. Al final de la playa, unos tupidos manglares dan sombra a un nutrido grupo de iguanas marinas que sestean inmóviles expuestas al sol. La imaginación se dispara y creemos que estamos en el Jurásico. Nos podemos acercar tanto que ¡casi tenemos que tener cuidado para no pisarlas! De vez en cuando alguna expele un líquido blanquecino para eliminar el exceso de sal… y así percibimos que aquello no es un decorado…sino que los bichos están vivos.
De isla en isla
Junto a la Isla Santa Cruz se encuentra un conjunto de pequeños islotes llamados Islas Plaza con paisajes secos y desolados; de rocas volcánicas negras, porosas y cortantes. Sobrecogedor. Llegué (en barca) en un día en el que el sol pegaba duro. En el muelle, el recibimiento no pudo ser más atractivo: una familia de lobos marinos retozan ante los atónitos turistas ofreciendo su lúdico show; también juveniles iguanas marinas se presentan ante nosotros saliendo de los agujeros de las rocas. Gigantescos cangrejos rojos trepan por las redondeces de las rocas, y un lagarto se encarama hasta la cabeza de una iguana jefe, como si quisiera ver lo que sucede… desde más arriba. Cormoranes en tierra, incapaces de volar, envidian (quizá) el majestuoso planear de las águilas. Apoteosis del reino animal inundando tierra, mar y cielo.