Los valles más occidentales de Vizcaya son el único reducto de tranquilidad que queda a menos de 30 km del centro de Bilbao. La comarca de las Encartaciones nos permite conducir junto a ríos y valles siempre verdes en los que abundan caseríos, torres defensivas, ferrerías, viñedos de txakolí, cuevas y villas históricas como Balmaseda.
TEXTO Y FOTOS: JOSÉ MARÍA DE PABLO
Oculta entre los montes y las autopistas que rodean el Gran Bilbao, la comarca vizcaína de las Encartaciones guarda en su accidentada geografía de verdes valles y abundantes ríos algunos de los lugares más bellos y sorprendentes del norte peninsular.
La sonoridad de su toponimia nos adelanta que estamos entrando en una tierra de fronteras con mucha personalidad, la que te da estar tan cerca de Bilbao, de las poblaciones industriales de la Margen Izquierda, y al mismo tiempo rodeada de los valles más rurales y remotos de Cantabria, Burgos y Álava.
Aunque mucha gente va directo desde Bilbao a Balmaseda, el municipio con mayor patrimonio, nosotros empezamos este viaje en el Pobal, una de las muchas ferrerías hidráulicas que hubo en la zona. De su fragua, actualmente en plena forma tras ser restaurada como museo, salieron sobre todo herramientas para la explotación de las minas de hierro de Vizcaya, ubicadas en las proximidades, pera también anclas de barco, cañones, rejas de iglesias, agujas de coser y otras útiles para el hogar, la industria y la guerra. Toda la producción salía en barcas recorriendo el río Barbadún hasta la playa de La Arena en Muskiz, a sólo 7 km de la Ferrería.
Dejando atrás el pasado minero y siguiendo el curso del río encontraremos los primeros viñedos con los que las bodegas de la zona producen excelente txakolí. Aunque la D.O Bizkaiko Txakolina tiene solo 27 años de vida, la zona suma siglos de tradición txakolinera, un vino muy apreciado ahora pero que era de obligado consumo en las tabernas de Balmaseda, Zalla, Galdames o Muskiz, lugares donde saben muy bien cómo sacar lo mejor a la uva autóctona predominante en estas vinos, la hondarribi zuri, que junto a las peculiaridades del terreno dan al txakolí un carácter único.
El primer viñedo que encontramos en el camino es el de Bodegas de Galdames, plantado en dos fincas, una de ella situada junto al Molino de Valdibian y la otra bajo la atenta mirada de la histórica Torre Loizaga.
Una vez probado el vino, hay que hacer la visita a la monumental Torre, sede de la colección de Rolls Royce más importante de Europa, la única que cuenta con todos los modelos de la marca fabricados entre 1910 y 1998 listos para ser usados en cualquier momento. A los 45 Rolls hay que añadir otros 30 coches de marcas como Hispano-Suiza, Delaunay-Belleville, Ferrari, Lamborghini o Jaguar.
Loizaga es además de museo un lugar de eventos y bodas, un edén digno de dar alojamiento al señor que la levantó en la Edad Media para dar guerra a sus vecinos hasta que en el siglo XV el Rey obligó a los nobles vizcaínos a cambiar su modo de vida y sus fortalezas por palacios.
No menos fotogénico que la torre es la casona de indiano que preside el viñedo de la Bodega Virgen de Lorea, en Zalla. Entre las hileras de vides no es raro encontrar ovejas limpiando malas hierbas y abonando la tierra.
En el barrio de Avellaneda, equidistante de todos los municipios de las encartaciones, se encuentra la Casa de Juntas en la que se dictaba el Fuero Encartado que regía la vida de la comarca. Convertida hoy en Museo de las Encartaciones, éste es el lugar idóneo para conocer historias tan curiosas como la de los montes bocineros, equidistantes a los pueblos que servían para avisar de la celebración de una junta mediante hoguera o tocando un cuerno.
Balmaseda, la primera villa de Vizcaya
La villa más monumental de las Encartaciones es, sin duda, Balmaseda. Siendo lugar de paso entre Castilla y los puertos del Cantábrico, Balmaseda prosperó durante la Edad Media llegando a albergar una importante judería extramuros, en una de las orillas del río Kadagua.
Es precisamente junto al río donde encontramos la postal más típica de Balmaseda, el Puente Viejo, una edificación del siglo XV que además de para salvar el río cumplía la función de aduana y puerta de la ciudad amurallada.
Al Ayuntamiento, popularmente conocido como “la Mezquita”; dos palacios y cuatro iglesias, de las que sólo la de San Severino tiene culto – el resto han sido adaptadas como museo de la historia local, Museo de la Pasión Viviente de Balmaseda y teatro- completan el catálogo patrimonial de la villa.