Prácticamente desconocida más allá de la Plaza Roja, la siempre enigmática Moscú reserva para los viajeros más curiosos rincones encantadores, parques exquisitamente cuidados y una colección de museos que para sí los quisieran algunas capitales del oeste de Europa.
TEXTOS Y FOTOS: JOSÉ MARÍA DE PABLO
Moscú es el hogar inabarcable para 12 millones de personas, un damero de avenidas de 14 carriles que a simple vista se presenta hostil. Sin embargo, junto a esa realidad se esconde una ciudad fascinante construida a lo largo de los siglos para ejercer de capital de imperios antagónicos, que han encontrado un equilibrio perfecto entre el esplendor zarista y la arquitectura soviética más vanguardista.
El corazón de Moscú no es otro que el Kremlin, fortaleza inexpugnable levantada en el siglo XVI por arquitectos milaneses en cuyo interior se encuentran las sedes de las más altas instituciones de Rusia – residencia del presidente de la Federación, Senado y diversos organismos militares-, pero también los más importantes monumentos entre los que destacan la plaza de las cuatro catedrales.
La Catedral de la Dormición, donde se mezclan el renacimiento italiano y la arquitectura tradicional rusa, fue escenario de las coronaciones de los zares. Por el contrario, en la Catedral del Arcángel Miguel se celebraban sus funerales.
Antes de salir de las murallas hay que admirar en los jardines dos mamotretos de hierro, souvenirs del poderío ruso, el cañón y la campana de los zares. Car’-Kolokol, como se conoce a la campana, es la más grande del mundo y está partida en dos desde el mismo día de su fundición, expuesta ahí tal vez porque nadie fue capaz de moverla más allá.
El lienzo de la muralla del Kremlin más buscado es el que delimita la Plaza Roja, gran explanada donde se vienen celebrando acontecimientos y fiestas de guardar desde la era soviética, principalmente desfiles militares, la Fiesta Nacional o el Fin de Año. En todas ellas la Catedral de San Basilio y sus nueve cúpulas multicolores, bulbos representando cada una de las victorias que el zar Iván el Terrible infringió a los tártaros, dan el toque final a la escena.
No todo recuerda a la guerra en este entorno. Los decimonónicos almacenes GUM cierran otro de los flancos de la plaza y nos introducen en Kitai Gorod, barrio de casas señoriales de la era zarista.
Prestigiosas instituciones culturales como la Biblioteca Estatal; la Universidad de Moscú; y el Teatro Bolshoi, titular de la mejor compañía de ballet del mundo y lugar de estreno de óperas de Tchaikovsky, Rimsky-Korsakov y Rachmaninoff, se pueden encontrar en la avenida que ronda el conjunto más monumental de la capital rusa.
Mención aparte merece la Menez, el Palacio del Picadero, diseñado por Agustín de Betancourt, ingeniero y noble canario que trabajó en la corte de los zares alrededor de 1800.
Para cerrar este paseo, nada mejor que entrar en Central Kids Store en la plaza Lubyanka, almacén dedicado a los niños desde 1953. En su interior se puede visitar un museo dedicado a la historia de los juguetes rusos o maravillarse con la escultura de lego más grande del mundo.
Otro lugar donde el tamaño también importa es en la Catedral de Cristo el Salvador, construida al sur del Kremlin en los años 90 en el mismo solar donde el Zar Alejandro I levantó un templo para dar gracias a Dios por librarle de Napoléon. El simbólico lugar, en la orilla del río Moscova, fue dinamitado por Stalin para construir en ahí el Palacio de los Soviets, proyecto que cayó en el olvido y acabó siendo sustituido por una gran piscina.
Una aventura subterránea
Uno de los lugares más buscados de esta ciudad se distribuye a lo largo de 364,9 km. Son los que recorren cada día y sin interrupción los trenes del metro de Moscú. Desde que se empezaron las obras en 1935, la infraestructura no ha dejado de crecer y en estos momentos suma 14 líneas y 230 estaciones nos permiten llegar a cualquier lugar del área metropolitana.
Ingenieros, artistas y artesanos se afanaron en crear un auténtico palacio subterráneo para el proletariado. Paredes de mármol, lámparas de cristal, bajorrelieves, murales y conjuntos escultóricos nos hablan de victorias militares, innovaciones técnicas, descubrimientos científicos e hitos deportivos, culturales y educativos.