La ciudad más poblada de Europa, tanto por seres humanos -15 millones- como por gatos callejeros -120.000- ha reservado cientos de rincones y leyendas para uso y disfrute de quienes buscan en los confines del Viejo Continente el misterio y la magia de toda una capital imperial.
TEXTOS Y FOTOS: JOSÉ MARÍA DE PABLO

Interior de Santa Sofía.
A medio camino entre dos continentes, dividida por el estrecho del Bósforo y encajada entre dos mares, el de Mármara y el Negro, Estambul ha sido codiciada por todas las civilizaciones europeas de las que tenemos constancia. Su momento más dulce empieza durante el período bizantino, cuando el emperador romano Constantino decide llevar aquí la capital del Imperio, dejando además su impronta personal en el nuevo nombre de la ciudad, que deja de ser Bizancio para convertirse en Constantinopla.
De todas las grandes obras que ordenó Constantino para poner a su altura la ciudad, hay una que destaca sobremanera: la basílica de Santa Sofía o Hagia Sophia -Santa Sabiduría en griego. Levantar esta Maravilla del Mundo Antiguo, concretamente la Octava, fue toda una odisea en su tiempo, especialmente su cúpula de 33 metros de diámetro, que según los coetáneos, sólo podía sostenerse gracias a los ángeles que adornan sus pechinas.
1.500 años después el edificio luce tan impresionante como el primero, y eso que el paso de las diversas culturas que conquistaron tan codiciada plaza lo ha ido transformando.
Basílica, mezquita, museo y desde 2020, mezquita de nuevo. Este nuevo giro en la historia del monumento sigue la tendencia contraria al laicismo constitucional impulsado por el fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Ataturk. Así, los no musulmanes tienen que conformarse con visitar el interior recorriendo únicamente las galerías superiores.
Donde sí se puede visitar la gran sala de oración es en la Mezquita Azul o de Sultanahmet, una auténtica joya del arte islámico con seis minaretes construida en el siglo XVII siguiendo el estilo basilical de la vecina Santa Sofía. En su interior nos espera una decoración a base de motivos vegetales – tulipanes, rosas, claveles, orquídeas…- plasmados en 20.000 azulejos de Nicea intercalados por 260 ventanas.
El tránsito entre ambas obras maestras se hace a través del viejo hipódromo romano, una gran plaza que en la era bizantina fue el escenario de los mejores espectáculos. De este monumental estadio procedían las cuadrigas de bronce que hoy podemos ver en la fachada de la Catedral de San Marcos de Venecia, traídas hasta ahí tras el saqueo de Constantinopla protagonizado por los Cruzados.
Con vistas privilegiadas al Bósforo se encuentra el Palacio de Topkapi, residencia de los sultanes. Este complejo cuenta con diferentes jardines y edificios nobles en cuyas estancias se exhiben reliquias de la antigüedad (el manto de Mahoma, el bastón de Moisés, el turbante del profeta José o el cráneo de San Juan Bautista). Especial relevancia tiene el Harén, cuartos donde residían las concubinas del sultán y a los que los hombres tenían vedada la entrada… Una auténtica fantasía que hacía volar la imaginación de los cristianos de occidente.
Otros lugares del centro de Estambul con enorme misterio son la Cisterna de Yerebatan, bosque de columnas sumergidas en cuya cimentación encontramos dos enormes cabezas de medusas; y por supuesto el popularísimo Gran Bazar, un “centro comercial” del siglo XV con 22 puertas, 58 calles y cerca de 4.000 tiendas, desafortunadamente muchas dedicadas a la venta de suvenires, aunque también encontramos artesanos de la joyería, orfebres, vendedores de alfombras, así como tejidos de seda, objetos de piel, etc.
El Cuerno de Oro y el Bósforo
El puente Gálata, junto a la estación de metro Eminönü, es el punto de partida de este itinerario que transcurre por la orilla sur del estuario conocido como Cuerno de Oro.
Eminönü es el lugar ideal para observar el trasiego de Estambul. Unos llegan en barco, otros pescan, los demás entran y salen de la Mezquita Yeni o del Bazar de las Especias, también conocido comoel Bazar Egipcio. Más pequeño que el Gran Bazar, aquí todos los puestos están dedicados a la comida más delicada: especias, dulces, caviar y otras delicias.
Callejeando en dirección a la Mezquita de Süleymaniye o Solimán se descubre el Estambul más auténtico lleno de pequeñas mezquitas, cementerios y mausoleos dedicados a hombres santos, casas otomanas de madera…
Llegando a la Gran Mezquita de Solimán, poderoso sultán que llegó hasta las mismas puertas de Viena, el ambiente se torna más juvenil, ya que junto a ella está la sede de la Universidad.
Esta mezquita lleva la firma de Mimar Sinan, el arquitecto considerado el ‘Miguel Ángel turco’, quien precisó de siete años y 3.523 artesanos para terminar este complejo que cuenta caravansaray (posada), una madraza (una escuela, germen de la actual universidad), un hammam y un hospital (ambos aún en funcionamiento).
En la otra orilla del Cuerno de Oro está Pera, el barrio más occidentalizado de la ciudad. Su arteria principal es Istiklal Caddesi, la calle de la Libertad, una cuesta llena de tiendas e instituciones culturales que se puede recorrer a pie junto a miles de locales o bien en el tranvía histórico que deja a los viajeros en la plaza Taksim, símbolo de la Turquía laica y escenario de todo tipo de demostraciones populares.
Nadie debe dejar esta ciudad sin haber navegado las aguas del Bósforo, ya sea a bordo de un sencillo barco de línea o bien contratando un crucero privado. Este paso marítimo de 20 millas permite navegar a grandes mercantes entre el Mediterráneo y los puertos del mar Negro.
Desde la cubierta del barco veremos el versallescos palacios de Dolmabahçe; Beylerbeyi o Küçüksu. Más adelante, junto al puente del Sultán Fatih Mehmet, de 1,5 km de longitud y 64 metros, descubrimos el castillo de Rumeli, guardián del estrecho en la era otomana; y desperdigadas aquí y allá las más de 600 ‘yalis’, bellísimas residencias de verano hechas en madera y con embarcadero privado.
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