Esta bebida, que tiene su origen en el descubrimiento de América, ha pasado de ser un lujo que pocas personas podían permitirse a ser un icono de la tradición popular
TEXTO: ALMUDENA SANTOS
El chocolate caliente es hoy un símbolo entrañable de la gastronomía española, inseparable de las meriendas en el invierno, celebraciones familiares y la inconfundible compañía de churros recién hechos y bien condimentados con azúcar. Pero su historia en España es mucho más compleja de lo que puede parecer. Viajar a través de los siglos permite descubrir cómo esta bebida, nacida al otro lado del Atlántico, pasó de ser un producto de lujo, a una costumbre arraigada y finalmente a parte del imaginario cultural colectivo.
El origen del chocolate se remonta a las civilizaciones mesoamericanas, en concreto a la maya y la mexica, que consumían una bebida espesa elaborada a partir de cacao molido, agua y especias como el chile o el achiote. Para ellos, este ingrediente, el cacao, tenía un significado sagrado. De hecho, solía ser utilizado en algunos de los rituales que se llevaban a cabo en aquella época. Cuando los españoles llegaron a este lado del mundo, no tardaron en interesarse por este brebaje. No obstante, su sabor amargo y picante no convenció inmediatamente a todos los paladares europeos.
Por eso, en cuanto la bebida cruzó el Atlántico, comenzaron a experimentar con el hasta lograr que se adaptase al gusto peninsular. Con ello, nació una versión más dulce, aromatizada con canela y, en ocasiones, vainilla.
Un lujo único de la corte
A partir de mediados del siglo XVI, el chocolate se introdujo en España en ambientes cortesanos y eclesiásticos. La monarquía española adoptó rápidamente esta bebida, hasta convertirla en un símbolo de refinamiento y poder. Beber chocolate caliente era una experiencia exclusiva que solo unos pocos podían permitirse como consecuencia del elevado coste del cacao.
En monasterios y conventos también se convirtió en una bebida muy popular, tanto por sus usos prácticos como espirituales. A los religiosos les proporcionaba energía en periodos de ayuno y llegó a suscitar debates teológicos sobre si rompía o no la abstinencia. Fue desde los monasterios desde donde la receta fue extendiéndose lentamente por otras capas de la sociedad.
De hecho, durante los siglos XVII y XVIII, España no solo consumió chocolate, sino que también lo exportó al resto del continente europeo. Las embajadas, los matrimonios reales y los intercambios culturales llevaron la bebida a Francia, Italia y, más tarde, a Inglaterra. De hecho, la esposa española de Luis XIII, Ana de Austria, es considerada una de las responsables de convertir el chocolate en una moda entre la nobleza francesa.
Mientras, en España el chocolate se volvió en una bebida cada vez más popular. Su consumo se democratizó progresivamente, especialmente en ciudades portuarias como Cádiz o Sevilla, donde el cacao llegaba directamente del comercio colonial. Aunque seguía siendo un producto caro, empezó a aparecer en tertulias, reuniones sociales y desayunos festivos.

De bebida aristocrática a tradición popular
Con la llegada del siglo XIX, el chocolate caliente se integró definitivamente en la cultura gastronómica española. La industrialización permitió que fuesen más baratos los costes de producción, y aunque la versión sólida del chocolate ganó protagonismo, la bebida continuó siendo un referente indiscutible. Es más, fue en esta época cuando surgieron las primeras chocolaterías y cafés donde el chocolate espeso —más denso que en otros países europeos— se servía como acompañamiento ideal para bizcochos, panecillos y, más tarde, churros.
Más tarde, a lo largo del siglo XX, esta bebida vio reforzado su valor emocional. Y es que pasó de ser simplemente un alimento reconfortante a un símbolo de hogar. Muchas generaciones crecieron con la imagen del chocolate espeso servido en tazas de loza, acompañado de meriendas familiares los domingos o como protagonista de celebraciones navideñas. De hecho, acabó convirtiéndose en ritual de Año Nuevo en muchas ciudades de España, así como en protagonista de fiestas como San Isidro en Madrid o las fallas de Valencia.
En la actualidad, España continúa siendo uno de los países donde más tradición existe en torno al chocolate caliente. Las chocolaterías de toda la vida, como San Ginés, conviven con establecimientos que trabajan en la reinvención de esta bebida, añadiendo especias, aromas cítricos o nuevos tipos de cacao procedentes de pequeñas plantaciones.
La experiencia de tomar chocolate caliente es un acto de pausa, asociado al confort y a la memoria. Para muchos, representa un puente con la infancia. Tras cinco siglos de historia, este brebaje ha dejado de ser un lujo que pocos podían permitirse para convertirse en un producto considerado patrimonio cultural y en una de esas costumbres que pasan de generación en generación y que siguen reuniendo a la gente alrededor de una taza humeante.



















