En 1946 Camilo José Cela emprendió un viaje a pie a la Alcarria. Casi ochenta años después recreamos aquel viaje… Pero, esta vez, lo hacemos en coche.
TEXTO Y FOTOS: PEDRO GRIFOL
Cuando el escritor gallego y Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela (1916-2002) contaba ya la treintena de su transcurrir existencial, comenzó un viaje por la Alcarria guadalajareña provisto de ligero equipaje. Cogió el tren de Madrid a Guadalajara capital… y luego prosiguió el viaje a pie, en carro, en autostop, en burro, o en coche de línea (que así llamaban al autobús entre pueblos). El resultado de esta aventura viajera lo plasmó en el libro ‘Las botas de siete leguas: Viaje a la Alcarria’ (Revista de Occidente, 1948), y constituye, aún hoy en día, un agudo testimonio del paisaje y paisanaje de los de pueblos de la zona que pateó y, sobre todo, conforma un apasionado mosaico de las experiencias vividas con los lugareños.
Naturalmente los pueblos de antaño con sus plazas, iglesias, tiendas, tabernas y fondas; los caminos, senderos y atajos; y la dimensión del campo abierto… han cambiado. Pero más de medio siglo después, si nos aventuramos a recorrer la ruta, todavía encontraremos rebaños de cabras y ovejas por los caminos, gatos callejeros en los pueblos, patos en los estanques y cuervos en el espacio infinito. Eso sí, lo que ha cambiado son las carreteras, las condiciones de los alojamientos, y el asunto de la pitanza. Ahora existen hoteles como el Hotel Castilla Termal, en Brihuega, que son un lujo al alcance de los que quieran darse un capricho; y también se han ‘inventado’ una gran variedad de menús llenos de matices en restaurantes que van alcanzado la categoría de gourmand… terreno en el que algunos ya cuentan con estrella Michelin, como el Molino de Alcuneza en Sigüenza. También damos testimonio del buen hacer de otro restaurante de nombre Princesa Elima, en Brihuega, donde destaca el cabrito asado al horno de leña y el foie elaborado por el propio chef.
Guadalajara, la capital provincial es el inicio de la ruta y es parada obligada. Es una ciudad con muchos parques y zonas verdes, como el parque de San Roque o el parque de Las Adoratrices, tiene universidad y concatedral; pero la ‘cultura de libro’ está en el Palacio del Infantado, en el que se encuentra el Museo de Guadalajara, que custodia un peculiar grupo escultórico de Luisa Roldán “La Roldana”, única mujer en nuestra Historia del Arte en ser reconocida como escultora de la realeza.
Después de la visita a Guadalajara capital, lo mejor es empezar el recorrido visitando uno de los primeros pueblos de la ruta, Torija, donde se encuentra, dentro de su imponente castillo, el Centro de Interpretación Turística, que nos será de gran utilidad para diseñar la ruta a tomar para nuestro particular viaje. Además, nos ilustrará sobre la gestación del libro Viaje a la Alcarria, ya que custodia objetos personales, fotografías, manuscritos y recuerdos de la mitología celiana. También tiene una selección de las diferentes ediciones del libro ‘Viaje a la Alcarria’ traducidas a exóticos idiomas.
Como curiosidad, preguntar a algún lugareño dónde está el balcón desde el que el poeta Miguel Hernández arengó a las tropas republicanas…allá por marzo de 1937 ¡todo es cultura! Proseguimos camino: A 15 kilómetros de Torija se encuentra Brihuega, pueblo de imprescindible parada y fonda. Ahí hay mucho que ver ¡y oler! Allí están sus famosos campos de lavanda, que hacen de este municipio un foco de visitas durante el mes de julio, coincidiendo con su floración. También son visitables las Cuevas Árabes, un intrincado laberinto subterráneo lleno de grandes tinajas que fueron utilizadas desde tiempos inmemoriales para conservar aceite, vino y aguardiente. Tienen su acceso por la Plaza del Coso, junto a una tienda de productos típicos de nombre Lavandaña, donde podemos encontrar cualquier tipo de producto relacionado con la lavanda, incluida ginebra de lavanda.
Otra curiosidad para visitar (que en la época de Cela no existía) es el Museo de Miniaturas que recoge la fantástica colección del mago Profesor Max, oriundo de este municipio. Espectacular.

Placa a Camilo José Cela en Trillo.
A las afueras de Brihuega nos detendremos en Cívica, donde, a pie de carretera veremos una fantasmagórica construcción de piedra y argamasa de la que Cela dijo: “Cívica semeja una aldea tibetana o el decorado de una ópera de Wagner…” Es decir: un singular enclave surrealista. Ver para creer.
El viaje continúa pasando por Masegoso de Tajuña, que cuenta con el Museo del Pastor y del Labrado, donde tendremos una completa visión de lo que fue la vida rural del lugar. Proseguimos la ruta hasta lo que Cela denominó “la capital de la Alcarria”, Cifuentes, cuya cifontina más notoria fue la princesa de Éboli, nacida en 1540 y bautizada en esta localidad con el nombre de Ana de Silva. Merece la pena ver la iglesia de San Salvador y fijarse en el púlpito de mármol (del que Cela también habla en su libro). Tampoco le falta castillo, el del Infante don Juan Manuel, señor de la villa y sobrino de Alfonso X El Sabio.
Un alto en el camino no viene mal, sobre todo si nos pilla la hora del almuerzo, porque en el Mesón La Esquinita, de Cifuentes, recuperaremos energía suficiente para proseguir el camino. Allí, sus propietarios, Araceli y Rafa, se emplean a fondo en elaborar cualquier guiso tradicional de cuchara.
El postre lo podemos dejar para el siguiente pueblo, Gárgoles de Abajo, donde se elabora otro producto emblemático de la Alcarria, la miel. El artesano mielero Ángel Luis Asenjo, de la empresa Melimelum, nos ilustrará sobre cualquier duda que tengamos acerca de este atávico manjar.
Siguiendo el cauce del río Cifuentes veremos, en la lejanía, dos montes conocidos como Tetas de Viana, “chatas y aisladas” como las definía el premio Nobel. Llegar hasta ellas es un camino obligado para senderistas… un camino que llega hasta Trillo, pintoresco pueblo atravesado por el cauce del río Cifuentes, que aquí se torna turbulento y se recrea en dibujar una serie de rugientes cascadas de gran belleza que podemos contemplar desde puentes y pasarelas. Los saltos de agua son la seña de identidad de Trillo, pero la Iglesia de la Asunción de Santa María, la ermita de San Roque o de la Virgen de la Soledad conforman su patrimonio.
El insigne escritor también pasó por Budia, pueblo ubicado en un lugar privilegiado, entre la llanura de la Alcarria y el valle del Tajo; y en donde un comentario (suponemos que políticamente incorrecto) que hizo el futuro Nobel llevó a que pasara por la cárcel… así como suena, y así lo narra el propio Cela, que es recordado en una placa pegada en la pared de la una fachada que reza: “La plaza parece la de un pueblo moro…”.
En esta localidad podemos visitar un museo sobre la apicultura y la miel, una experiencia didáctica y lúdica, pensado tanto para quienes quieren aprender sobre el lenguaje de las abejas, como para quienes desean pasar un rato divertido colocándose antenas olfativas y viviendo la inmersión de zumbidos.
Continuamos el viaje por El Olivar, un pequeño pueblo cercano al embalse de Entrepeñas. Después le seguirán más lugares…como Durón, Chillarón, Pareja, Casasana, Sacedón, Tendilla, Pastrana y Zorita. Así que podemos parar donde nuestro albedrío -y nuestro conocimiento de las anécdotas del libro de Cela- nos plazca.
El propio Cela repitió el viaje por estas tierras en dos ocasiones más. La primera, coincidiendo con el 25 aniversario de la obra, en 1972; y la segunda, en 1985… en coche y con chófer.
Ahora que sabemos un poco más, podemos emprender nuestro particular viaje a la Alcarria en nuestro coche.
Recomendamos finalizarlo en el Balneario de Trillo Carlos III, uno de los centros termales históricos de nuestro país que, tras varios meses cerrado, acaba de reabrir sus puertas. Un alojamiento inmejorable para descansar, reflexionar y releer algún capítulo olvidado de ‘Viaje a la Alcarria’.
MÁS INFORMACIÓN: www.ceoeguadalajara.es
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