SEPTIEMBRE OCTUBRE 2022

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Hace diez años el austriaco centró todas las miradas e hizo contener la respiración a medio mundo con un salto en caída libre desde la estratosfera con el que logró romper la barrera del sonido

TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS

La estrecha relación entre Felix Baumgartner y las alturas comenzó pronto. Casualidades de la vida, puede que su destino fuera convertirse en un hombre de récord, en un aventurero desde su nacimiento, en Salzburgo (Austria) en 1969, justo el año de la llegada del hombre a la Luna. Tal y como ha reconocido en numerosas ocasiones, el astronauta estadounidense Neil Armstrong resultó su gran inspiración en la infancia. Una tía regaló al pequeño Felix una moneda conmemorativa del hito espacial y el objeto prácticamente se convirtió en una obsesión, observando las estrellas cada noche. Quién hubiera adivinado entonces que aquel niño también tocaría algún día ese mismo cielo.

Apenas era un adolescente de 16 años cuando este intrépido austriaco probó por primera vez la súbita descarga de adrenalina propia de un salto en paracaídas. Fue un flechazo, un descubrimiento temprano de una clara vocación, que inclinó su camino hacia las fuerzas especiales del Ejército de Austria. Allí pulió Baumgartner sus habilidades para las maniobras de riesgo, convirtiéndose en uno de los mejores especialistas del mundo en el aterrizaje en zonas acotadas de muy reducidas dimensiones.

Baumgartner tenía 30 años cuando en 1999 inauguró su particular colección de récords y hazañas casi imposibles. Ese año batió el registro de salto más alto desde un edificio, las Torres Petronas de Kuala Lumpur (Malasia), antes de protagonizar el salto BASE más bajo de la historia, desde la icónica estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro.

Ya en 2003 fue un paso más allá, con su primer gran reto mediático de la mano de la multinacional de bebidas energéticas de origen austriaco Red Bull. Baumgartner cruzó los 35 kilómetros del canal de la Mancha entre Dover, en Inglaterra, y Calais, en Francia, volando. El desafío se llevó a cabo en 14 minutos, mediante un prototipo de ala de fibra de carbono diseñada específicamente, y el aventurero iba equipado con un mono para combatir las bajas temperaturas de un comienzo a 350 km/h, un tanque de oxígeno y un paracaídas en la espalda.

A partir de ahí los saltos espectaculares fueron moneda común y recorrieron las televisiones de todo el mundo por su espectacularidad. Baumgartner saltó desde el viaducto de Millau, en Francia; el edificio Turning Torso, en Suecia; o el rascacielos Taipei 101, en Taiwán. Sin embargo, el hito por el que el paracaidista austriaco iba a pasar a la historia se puso en marcha en 2010 bajo la denominación de Red Bull Stratos. El proyecto, de la mano de un equipo de científicos, tenía por objeto llevar a cabo el salto más alto jamás realizado, todo un vuelo supersónico.

Red Bull Stratos

La idea consistía en realizar el salto desde 36.600 metros de altura, a través de una cápsula sujetada por un globo estratrosférico de helio, para así superar el del estadounidense Joe Kittinger en 1960, desde 31.333 metros. De la mano se pretendía también romper la barrera del sonido y aunque el desafío estaba inicialmente programado para 2011, finalmente se retrasó al año siguiente. El 15 de marzo y el 25 de julio de 2012 se llevaron a cabo los dos saltos de prueba desde alturas de casi 22.000 y más de 29.000 metros, pero fue el 14 de octubre la fecha que pasó a la historia. Medio planeta observó entre la admiración y la estupefacción las evoluciones del reto protagonizado por Baumgartner y millones de personas contuvieron la respiración frente a una hazaña de enorme riesgo.

El aventurero austriaco despegó desde Roswell, en Nuevo México, y ascendió hasta los 39.068 metros, en la estratosfera, para desde allí saltar en caída libre, rompiendo el récord de altura. «Sé que todo el mundo está mirándome ahora, y deseo que pudiesen ver lo que yo logro ver. A veces, tienes que ir hasta lo más alto para entender cuán pequeño eres. Ahora, regreso a mi hogar», fueron sus palabras antes de precipitarse al vacío. 

Durante los primeros 40 segundos rompió la barrera del sonido en caída libre, sin ningún tipo de ayuda mecánica, con una velocidad máxima de 1.342,8 km/h, por lo que dejó para la historia una segunda plusmarca. Solo se le resistió el registro de mayor intervalo de tiempo en descenso, pues el salto duró 4 minutos y 19 segundos, inferior a los 4 minutos y 39 segundos de Kittinger en 1960. Menos de cuatro minutos y medio después de meses de preparación, un momento para la historia que hace una década inmortalizó la figura de Felix Baumgartner.

El hombre volador volvió sano y salvo a tierra, recibió numerosos galardones y reconocimientos por su hazaña y durante aquellos minutos fue el foco de atención principal en todo el mundo. Tres años después, el ejecutivo de Google Alan Eustace superó su récord de altura, saltando desde 41.422 metros, pero a buen seguro Baumgartner nunca olvidará ese instante en el que contempló el mundo desde la estratosfera, haciendo realidad su sueño de niño. Poco después se tatuó en el antebrazo la frase que define su vida: ‘Born to fly’ (‘Nacido para volar’).