SEPTIEMBRE OCTUBRE 2022

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rutas en coche

Un recorrido en coche por su litoral y un paseo a pie ‘entre nubes’ son algunos de los atractivos de esta isla anclada en pleno océano Atlántico.

TEXTO y FOTOS: PEDRO GRIFOL

La isla de Madeira, anclada en pleno océano Atlántico, permaneció deshabitada mucho tiempo ¡tanto! que nunca estuvo poblada por nativos… pasando milenios en silencio.

Cuenta la leyenda que los romanos la vieron desde lejos, pero los libros de historia portugueses narran que fueron marineros a las órdenes del capitán Joào Gonsalves Zarco quienes, en 1420, iniciaron la ocupación humana, hecho que consta como aquello de: “…en un principio…”.

Los primeros turistas llegaron a finales del siglo XIX. Las dos guerras mundiales no la tocaron; y la Revolución Cultural de los Claveles, de 1974, le proporcionó un estatus autonómico. Así que Madeira sigue siendo una isla tranquila.

Geológicamente hablando, Madeira es una isla volcánica perteneciente a la llamada Macaronesia -Madeira, Islas Canarias y Azores- en la que, hace millones de años y después de la última glaciación, sobrevivieron tupidos bosques, un fenómeno que hoy en día la hacen única.

A pie por ‘las nevadas’
La orografía montañosa de la isla, que alcanza 1.800 m. de altitud máxima, retiene los vientos alisios en su cara norte y da lugar a un tipo de vegetación conocido como laurisilva, que es un tipo de selva templada subtropical con grandes árboles, bejucos y lianas, cuyas hojas se parecen a las del laurel, de ahí su nombre -en latín: laurus-silva (bosque de laurel)-, que condensa la humedad de las nubes.

Dos terceras partes de la isla constituyen un paraíso para los senderistas gracias al
aprovechamiento de las llamadas levadas, un peculiar sistema de canales de agua que se utiliza para traer el agua a los cultivos de caña de azúcar y los frutales.

Como la mayoría de las rutas senderistas dan comienzo en lo alto de las montañas donde la niebla empapa las copas de los árboles, el trekking turístico se convierte en un verdadero paseo entre las nubes. Las hay con mayor o menor dificultad, así que es mejor informarse en Madeira Adventure para elegir la que más se adecue a nuestra preparación física. Cualquier levada (senda) que elijamos será un camino lleno de sorpresas: veremos troncos de gigantescos brezos que se retuercen en el suelo como anacondas, grandes helechos flanqueando el camino que aparecen ensortijados con la trepadora planta agarramoños -que en portugués tiene un nombre más poético: amor agarradinho; la llamada ‘flor celosa’ (pequeña, violeta y bonita) se muestra asomándose entre los pocos claros del bosque; veremos lirios del valle y orquídeas salvajes junto a reyezuelos -diminutos pájaros (que pesan 5 gramos)- … y pinzones de Darwin posándose en las ramas tan tranquilos como si estuvieran en Las Galápagos. Todo el paseo nos mantendrá con la cámara en ristre. El final del trayecto, dependiendo de la levada que hayamos escogido, puede ser una foto junto a la impresionante Cascada do Risco, o frente a unas verticales paredes donde la roca volcánica permite que el agua emerja salvajemente, un lugar conocido como 25 Fontes… Buen momento para abrir nuestro picnic y pensar en otra cosa… ¡o en nada!

Conducir por el litoral
Hemos empezado descubriendo la isla a pie, pero es el momento de alquilar un coche, porque no hay otra opción para llegar a la mayoría de sus rincones pintorescos, o a los sobrecogedores miradores que se asoman a valles pintados de infinitos tonos de verde, o a escarpados acantilados que te dejan boquiabierto… o a alguno de sus auténticos pueblos de pescadores.

En el aspecto práctico tenemos que subrayar la excelente calidad de las carreteras, y aunque la visión del paisaje es interrumpida constantemente por la cantidad de túneles que atravesamos, la compensación siempre llega al final del túnel. Gracias a que sus montañas se agujerearon en los años ochenta se han evitado muchos accidentes, se ha ganado en tiempo, y también han disminuido los mareos en las curvas.

Ponta Sao Lourenço, rocas 'Caballito do mar'.
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Si disponemos de una semana nos dará tiempo para disfrutar muchos de sus atractivos paisajísticos, culturales y también urbanos. Hay que tener en cuenta de no debemos tomar el viaje a Madeira como unas vacaciones de sol y playa porque, aunque tiene playas -por cierto,
muy bien acondicionadas- no debería ser la principal motivación del viaje. Es solo un consejo.

Por eso recomendamos, a nuestra llegada, viajar de Funchal, la capital, a la punta más noroeste de la isla, que es Porto Moniz. Son solo 50 kilómetros, pero tardaremos más de una hora porque tenemos que hacer parada obligada en Serra de Água para conocer la Taberna da Poncha (no tiene página web, pero tampoco tiene pérdida) ¡porque no es cualquier cosa! A pie de carretera se encuentra la taberna más popular de toda la isla, y allí será tu bautizo de la poncha, la bebida nacional, consistente en una mezcla de ron de caña, limón, naranja y miel. Única en el mundo.

El pueblo de Porto Moniz es interesante porque tiene las piscinas naturales más grandes de todo Madeira y es el lugar perfecto para darte el primer chapuzón. Las piscinas fueron creadas por la lava de antiguas erupciones volcánicas. Hay servicios de tumbonas, sombrillas, duchas, y aseos. Tiene varios restaurantes donde puedes empezar a probar alguna de las especialidades de la isla… como las lapas o el pez espada.

Proseguimos la ruta norteña haciendo las paradas que nuestro libre albedrío nos dicte, porque encontraremos constantes miradores que nos irán seduciendo con su paisaje; visitas a cuevas volcánicas como las de Sao Vicente donde ver (en un magnífico audiovisual) cómo se formó la isla cuando emergió del mar; sugerentes pueblos ‘de museo’, donde aquellos primeros habitantes de la isla (los marineros del siglo XIV) construyeron sus casas triangulares con techos de paja, llamado Santana; o encantadores enclaves donde parar para homenajearnos con una espetada de Pau de lauro, que consiste en una brocheta de carne de vaca, cuyos trozos están ensartados en un tallo de laurel verde y puesto al grill sobre brasas de leña; es el plato más solicitado de la gastronomía madeirense y recomendable degustarlo al aire libre como (por ejemplo) en el chiringuito del Miradouro do Cabo Aereo, junto a las ruinas de San Jorge.

La ruta noroeste-noreste acaba en la Ponta de Sao Lourenço, un sitio diferente al resto de la isla, una península salvaje con escasa vegetación y donde los árboles han desaparecido. Un breve paseo te permitirá llegar hasta las rocas llamadas ‘caballitos de mar’, unas curiosas formaciones volcánicas que se adentran en el océano. El otro paisaje de Madeira.

Carreiros do Monte en Funchal.
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El sur tropical
La parte sur de Madeira tiene temperatura y temperamento tropical. Seguimos conduciendo y atravesando túneles, con la excepción del tramo entre Ribeira Brava y Ponta do Sol, donde la carretera bordea el litoral y donde podremos lavar el coche gratis en la Cascada dos Anjos, ya que su violento caudal irrumpe de lleno en pleno asfalto… donde algunos conductores también se bajan del coche y se duchan.

Algunos de los lugares que merecen parada y fonda son: Càmara de Lobos, un pequeño pueblo de pescadores donde las barcas de colores le confieren un entorno muy pintoresco. Su paseo marítimo está lleno de bares y restaurantes donde poder degustar lo mejor de la gastronomía del mar. Uno de ellos es el Vila do Peixe, que tiene magníficas vistas a la bahía del puerto.

Contemplar el atardecer desde cualquiera de las terrazas a pie de playa del pueblecito Paúl do Mar es algo que no te puedes perder. Mientras el sol se esconde en el horizonte, puedes tomarte un mojito, una caipiriña… ¡o una poncha! en el Maktub, un bar impregnado del más puro estilo fiestero ‘a lo ibicenco’, con música regaee en vivo… donde Javier, su propietario, hubiera sido capaz de traer al mismísimo Bob Marley ¡de estar vivo!

Cascada Dos Anjos.

Tenemos que reservar dos o tres días para Funchal, la capital, que naturalmente ofrece un variado catálogo de lugares culturales para visitar, además de variopintas actividades lúdicas, como la famosa bajada por las empinadas calles del barrio Monte en cestas de mimbre que son empujadas por los llamados ‘carreiros’. Es una de las experiencias más inusuales que vivirás en toda tu vida de turista.

…Y por si no lo sabes, como el famoso futbolista Cristiano Ronaldo nació en Funchal, la municipalidad no solo ha rebautizado el aeropuerto con su nombre, sino que también le han creado un museo. Así que, si te gusta el ‘deporte rey’, aquí tienes el museo del actual rey del fútbol para que pongas broche de oro a tu viaje, porque en el museo hay más oro que en toda la isla… en forma de copa, bota o balón.

En cuanto a las propuestas culinarias encontramos varios restaurantes tanto para tomar algo rápido como para disfrutar de una cena con velas. Algunas de las opciones gastro son: Golden Catch, especializados en pescado y mariscos; T&C, en el que los sabores portugueses son los protagonistas; Root & Vine, vegetariano; el elegante 1828, un steakhouse que sirve carne de primera calidad, con los mejores cortes y con el sello de excelencia de la carne del Miño o de Galicia, acompañada con vino de Oporto; y Angel’s Share, nombre que designa la evaporación que ocurre cuando el vino envejece en barricas. Este es el lugar ideal para tomarse un cóctel… como el Caipirao, que hicimos in situ.

También tenemos la opción de hacer una cata de vinos en The Wine School, un espacio con salas de degustación y donde se ofrecen talleres de cata. Y donde, en función de tus conocimientos sobre el vino, puedes escoger el más adecuado para ti, con o sin maridaje: Taller ‘Desmitificando el vino’ (30 euros), y Taller ‘Vino y chocolate’ (35 euros).

GUÍA PRÁCTICA

CÓMO IR

Varias compañías tienen vuelos directos a Madeira desde Madrid, Barcelona o Canarias, que es el territorio español más cercano al archipiélago madeirense. Naturalmente, en estos tiempos, para saber cuánto cuesta hay que navegar por Internet.

MÁS INFORMACIÓN

Turismo de Madeira: www.visitmadeira.com; www.madeirapromotionbureau.com

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