JULIO AGOSTO 2022

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125 años después del nacimiento de la legendaria aviadora estadounidense, su desaparición continúa siendo un enigma, alimentando el mito de una mujer que rompió moldes

TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS

En tiempos en los que las mujeres ya han ido derribando muchas barreras históricas, la figura de Amelia Earhart se erige como la de una adelantada a su tiempo, una pionera que irrumpió en un ámbito destinado casi exclusivamente a los hombres para abrir paso a tantas y tantas que llegaron después. 

La estadounidense es considerada hoy por hoy la aviadora más legendaria de todos los tiempos y su figura permanece rodeada de un aura de misterio desde su enigmática desaparición. Nacida el 24 de julio de 1897 en la ciudad de Atchison, en el estado de Kansas (Estados Unidos), la infancia de Amelia discurrió en un entorno acomodado, educada por sus abuelos maternos. Ya desde sus primeros años dio muestras de un espíritu inquieto, que desafiaba cualquier convencionalismo. No dudaba en practicar actividades asociadas en la época a los chicos y sus referentes eran mujeres destacadas en diversos ámbitos.

Los problemas de su padre, Samuel Stanton Earhart, con el consumo excesivo de alcohol y la mudanza de la familia a Des Moines (Iowa) en 1905, cuando tenía ocho años, alteraron el desarrollo de una infancia tranquila. Sin que todavía la pequeña Amelia mostrase la fascinación posterior por la aviación, la muerte de su abuela, Amelia Harres Otis, y un nuevo cambio de hogar, esta vez a Saint Paul, en Minesota, volvió a sacudir a la familia. Su progenitor seguía sin encontrar un empleo estable, lo que multiplicó el carácter nómada de la niña, rumbo a Misuri y después a Chicago, ya solo acompañada de su madre, cansada de la vida disoluta de su marido.

La Primera Guerra Mundial, el primer conflicto que sacudió el planeta entero, también iba a cambiar la vida de Amelia. Enrolada como enfermera voluntaria junto a su hermana, tomó contacto con los pilotos heridos en combate, visitando un campo de la Royal Air Force británica. Allí, la todavía adolescente quedó prendada por primera vez de la aviación y comenzó a soñar con surcar los cielos. 

Ya en 1920, con toda su familia reunida de nuevo en California, la enésima parada del periplo de Amelia por toda la geografía de Estados Unidos, un espectáculo aéreo celebrado en Long Beach terminó por completar el idilio entre la joven y los aviones, su entorno natural a partir de entonces. Al viaje iniciático a bordo de un biplano sobre la ciudad de Los Ángeles le siguieron las primeras lecciones de pilotaje. Otra pionera, Neta Snook, proporcionó a Amelia la formación necesaria para comenzar a volar sola. Un modelo Kinner, bautizado como El Canario, fue su primer avión y en 1923 ya tenía la licencia de piloto de la Federación Aeronáutica Internacional.

Amelia Earhart.

A través del Atlántico
Cuatro años después, todos los focos que la habían rehuido en 1928 se centraron definitivamente en su figura al emular al legendario Lindbergh. Sin duda la experiencia jugó a su favor en un viaje intercontinental en solitario y sin escalas, a los mandos de un modelo Lockheed Vega 5-B que pasaría a la posteridad. Partió desde Harbour Grace, en la provincia canadiense de Terranova y Labrador, y aterrizó en suelo británico el 21 de mayo de 1932, aunque no exactamente en Derry, donde pretendía inicialmente, igualando la hazaña de Lindbergh justo un lustro después.

Su genuino espíritu aventurero la llevó a un nuevo reto en 1935. El desafío era ahora sobrevolar las aguas del Pacífico para cubrir la distancia que separa Hawái de California, un recorrido superior al de la travesía sobre el Atlántico. Partió de Honolulu el 11 de enero y aterrizó en Oakland, en California, un hito que hasta una decena de pilotos habían intentado previamente, perdiendo la vida en el intento, y que mereció el reconocimiento del presidente estadounidense, Franklin Roosevelt.

Una trágica vuelta al mundo
El homérico reto marchaba viento en popa a grandes rasgos, pero la última etapa era la más difícil, atravesando el gran océano Pacífico de vuelta a casa. El mal tiempo y algunas reparaciones en la nave complicaron el reto. En cualquier caso nada comparado con el contratiempo que supuso que Amelia enfermase de disentería. El 27 de junio de 1937 despegaron hacia Darwin, en Australia. La escala en Lae (Papúa Nueva Guinea) el 29 de junio arrojó síntomas de alarma, con la aviadora agotada por sus problemas de salud. 

Restaban por delante más de 11.000 kilómetros, casi un tercio del recorrido ya completado, pero la fatalidad se interpuso en aquel último viaje acometido el 2 de julio. El contacto con el guardacostas de la isla Howland, en mitad del Pacífico, fue la última señal de vida. Se perdió para siempre el rastro y esta enigmática desaparición otorgó a la figura de Amelia Earhart un halo de misterio que todavía perdura. Se multiplicaron las teorías, incluso barajando un rocambolesco secuestro japonés. Hoy la hipótesis más extendida apunta a un aterrizaje de urgencia en la isla Nikumaroro, también conocida como Gardner, donde la legendaria piloto y su navegante acabarían falleciendo. El análisis de unos restos óseos descubiertos en el emplazamiento en 1940 apuntalan esta versión, aunque ese estudio científico se ha puesto en duda por sus precarios métodos, en una polémica que se empeña en mantener vivo el misterio sobre el final de la reina de los cielos.